De cómo las prisas mataron al peluquero
Recuerdo con nostalgia las navidades en casa de mi tía Emilia. Sobre todo las que pertenecen a mi tierna infancia. Su pequeña peluquería integrada al final del largo pasillo de su hogar, en el segundo piso de aquella agitada Avenida de la Florida, congregaba a las mujeres del vecindario que perfilaban sus últimos destellos de hermosura para celebrar tan esperadas fiestas familiares en las que se engalanaban desde la puerta de entrada hasta las servilletas. Todo detalle era cuidado minuciosamente. Dentro de las posibilidades de cada familia, “todo” nunca era suficiente. Por Érika Vera
Recuerdo las manos de mi tía enrollando rulos con una agilidad increíble, anudando las redecillas para proteger el montaje en el secador de casco y aplicando laca en cantidades ingentes mientras la clienta tapaba su rostro con un artilugio plástico que bien podía haber aparecido en cualquier serie futurista de la época. Sus clientas, pacientemente sentadas en línea con la revista de cotilleos del momento, esperaban a que el cabello estuviera seco para pasar a su tocador. Allí intercambiaban vivencias, opiniones o se relajaban.
Sus cardados, sus meticulosos peinados, su visión de la mujer fueron poco a poco quedando obsoletos. El estilo de vida de la mujer evolucionaba y las “prisas” se colaron para quedarse. Cada año más profesionales se integraban en el mercado laboral, una salida fácil para muchas personas que “no querían estudiar”. El número de salones comenzó a multiplicarse en cada barrio de cada ciudad. No había tiempo para entretenerse y la competencia se comió a mordiscos los precios de los servicios dejando el beneficio de tal oficio a mínimos históricos. La artesanía de las manos de mi tía fue perdiendo valor.
Para rentabilizar la bajada de precios, los peluqueros se vieron en la obligación de reducir los tiempos de los servicios para aumentar el número de clientas atendidas. Las “prisas” inspiraron a los creadores de multitud de accesorios y herramientas para agilizar el trabajo en los salones. Los looks escogidos por las clientas se desplazaron a “lo más natural posible” y los acabados conseguidos por los salones profesionales empezaron a tener una competencia realmente destacable: el propio acabado conseguido por la clienta.
Las tecnologías, la mejora de los productos cosméticos, la globalización y la proliferación de negocios de venta de productos profesionales sofisticaron hasta tal extremo los resultados de la peluquería doméstica que, hoy en día, es una de las mayores preocupaciones de los profesionales.
Las navidades de hoy tienen un sabor totalmente diferente. Quizás los años y los centímetros te hacen ver las cosas desde otros puntos. Atrás quedaron las agendas llenas de sofisticación, las familias vestidas con sus mejores galas para tal ocasión. Nos centramos en la parte comercial olvidando su verdadero espíritu y vemos cómo la tradición deja paso a las nuevas costumbres. En aquel piso de la Florida, la congregación de aquel pasillo fue perdiendo miembros, ganando en tristeza y, finalmente, desapareciendo.
A ella, a mi Emilia, la recuerdo con mucho amor, admiración y como una total inspiración. A su recuerdo le debo mucho más que mi pasión por lo que hago. Como este, tantos salones de esa España que aún recuerdan Camelias de Oro, elaborados recogidos para las bodas, bautizos y comuniones, cardados imposibles y relojes que no entendían de horas porque se sabía cuándo se entraba pero nunca cuándo se saldría.
Y es que las “prisas” mataron a ese peluquero
Hay luz más allá del túnel y mucho trabajo que hacer, una generación nueva rebosante de energía y talento con ganas de devolver el prestigio a nuestras vidas.
Hoy disponemos de productos de altísima calidad, técnicas de coloración imposibles de reproducir en casa, cursos que perfeccionarían nuestros cortes, herramientas que nos permiten llevar la fibra capilar a su máxima expresión y tratamientos que han revolucionado el concepto de “cabello sano”.
Seguramente, queridos lectores, estaréis divagando en pensamientos tales como el coste que eso tendría, la falta de preparación para dar esos pasos o el tiempo que habría que dedicar a ello. Cierto. Incluso te preguntarás: “¿de qué guindo se ha caído esta?”, o “¿esta vive en los mundos de Yupi?”. Llamadme ingenua quizás, pero a día de hoy tenemos un ejemplo vivo que nos puede ayudar.
El ahora en boga “resurgir de la barbería” nos demuestra que una profesión aparentemente obsoleta, asociada a precios económicos y de no muy buena calidad, puede dar un golpe en la mesa y demostrar a la sociedad lo equivocada que estaba.
Han hecho falta nombres propios que se declaren incondicionales de la barbería, nuevas y depuradas técnicas que alejen los resultados profesionales de los resultados caseros y una buena dosis de valentía para subir precios y poder prestigiar el oficio.
Aquellos que no hace muchos años hablaban con desaire de los “anticuados barberos” hoy pagan buenas sumas de dinero por asistir a cursos especializados, aprenden que para un buen degradado, difuminado o fade, si preferimos los anglicismos, el tiempo y una buena técnica marcan la diferencia. Ya sea a peine y tijera o con máquina, los minutos dedicados a pulir los detalles elevan la calidad del acabado sin ninguna duda.
Las listas de precios en las barberías han aumentado, los locales se han embellecido, los profesionales se han perfeccionado y los servicios han aumentado en calidad de manera significativa. El cliente ha descubierto el poder de la especialización y ahora busca su sitio.
La solución a corto plazo que han encontrado muchas peluquerías es la de crear “barbershops”. Educadores y barberos cual brote de setas en un día de lluvia inundan el panorama de la imagen personal, pero debemos pensar a medio y largo plazo. La peluquería tiene su propia identidad, su historia y sus propios recursos que permitirán su renacer cual Ave Fénix de sus cenizas. Es el peluquero quien debe retomar el control.
Mi deseo para este 2016, que tan cercano asoma, no es un IVA reducido. Mi deseo para este año nuevo es que las próximas navidades rebosen de clientes apreciando a sus profesionales, pagando sin queja lo que un Buen Servicio se merece. Porque el más pequeño de los pasos es más grande que la mejor de las intenciones. ¡Felices Fiestas, mis Valientes!
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